Colón, la raza y otros panchos…
“Los gobiernos de la República Mexicana quieren tener una historia al gusto de los políticos. La maquillan, la destruyen y luego crean un cuento. Eso es lo que nos tratan de enseñar”.
Gral. Clever Alfonso Chávez Marín, médico militar retirado y presidente de la Asociación Internacional de Historia Militar.
Juan Manuel Alegría / Primera parte
Con motivo de la celebración de la llegada de Cristóbal Colón a Guanahani (sin acento), como cada año, se desatan comentarios al respecto, en los que van desde “los puristas”: “no nos descubrieron”; “debió llamarse Colombia” (el continente); los “doctos”: “Colón era un ignorante, no llegó a la India”; hasta los que reavivan el rencor y resaltan el odio al español “que nos asesinó, violó a nuestras mujeres y robó nuestro oro”.
¿Nos asesinaron los españoles, nos robaron el oro?
Si los españoles hubieran asesinado a todos los indígenas de Mesoamérica (más o menitos como hicieron los ingleses con los del norte), los que viviéramos en otra parte del mundo los criticaríamos como genocidas. Pero, NO habría nadie que dijera: “nos robaron”.
Si los españoles NO hubieran llegado a lo que hoy es México, NOSOTROS, simplemente No existiríamos. (O tal vez estaríamos odiando a los portugueses, franceses o ingleses, si ellos hubieran llegado antes).
La historia de Europa está repleta de crueldades, abusos y crímenes de todo tipo, pero no por ello se odia a los romanos (italianos), anglosajones, franceses o alemanes. Esto no significa justificar ninguna guerra, aunque sea en nombre de Dios
Con los habitantes primigenios de México No ocurrió como con la España invadida por los moros, por ejemplo, donde la separación de razas se mantuvo fuertemente. Acá hubo una mezcla, y es lo que hoy somos: mexicanos.
Así, odiamos lo español, pero, ¿a qué dios adoramos? ¿Qué idioma hablamos y escribimos? ¿De dónde vinieron la música y los instrumentos que usamos en las festividades del pueblo?...
Es realmente curioso: los que pretenden ser indígenas genuinos, aborrecen al español que los destruyó, pero se sienten orgullosos de sus costumbres, que los frailes obligaron a seguir a los primeros mexicanos.
Por otro lado, NO fueron los españoles quienes vencieron al gran imperio azteca. Eran como medio millar de malolientes españoles, dicho sin ánimo de ofender, pero no acostumbraban bañarse. Sin la ayuda de otras tribus, no habrían vencido.
No se entiende que tan reducido grupo venciera a tantos miles. Claro también tuvo participación la “guerra bacteriológica” que sin querer trajeron: viruela, peste, tifoidea, sarampión… que mató indios a pasto.
Los aztecas eran más o menos como los romanos, dominaban a la mayoría de naciones y les exigían tributos para dejarlos en paz (en ese estado se encontraban nuestro antepasados cercanos, los zapotecas).
Como lo tlaxcalteca eran pobres, “nomás” entregaban unos cinco mil jóvenes para que los del Imperio les sacaran el corazón.
Por eso, ellos, los tlaxcalteca, totonaca y otros se aliaron a los europeos para quitarse el yugo azteca (también por eso los purépecha no acudieron al llamado de Cuitláhuac). Cortés solamente utilizó el odio contra los aztecas para ganar.
En ese tiempo no existía el concepto de “nacionalidad mexicana”, se habla de eso después de la Independencia.
Por eso no se puede decir que “nos robaron nuestro oro”, ¿cuál? No existíamos como nación. Si hubiera existido un concepto parecido, la gran alianza que se diera hubiera impedido la destrucción de esas culturas…. por un tiempo.
Afirma Enrique Krauze en su libro “De héroes y mitos”:
“[…] una actitud que los ideólogos suelen confundir con el nacionalismo: el patriotismo.
“Agresivo o defensivo, el nacionalismo presupone la afirmación de lo propio a costa de lo ajeno. Es una actitud que pertenece a la esfera de poder.
“El patriotismo, en cambio, es un sentimiento de filiación: pertenece a la esfera del amor. […] La duda metódica y la búsqueda de la verdad deben desplazar a la admiración sentimental. La Historia de Bronce debe someterse a una crítica severa, en varias direcciones”.
Los aztecas, odiados y temidos
Una de las tribus nahuas más pobres llega al valle del Anáhuac cuando ya están asentadas varias tribus; por eso les llaman “azteca” (“cuyo rostro nadie conoce”). Piden permiso a los tepanecas para pasar por sus tierras y se establecen en Chapultepec. Ahí viven tranquilos un tiempo hasta que se les ocurre (como a los romanos con las sabinas) robar mujeres de Tenayuca.
Es la primera vez que otros se unen para atacarlos. Irritados tepanecas, colhuas y xochimilcas, los vencen y los hacen esclavos, incluido su jefe Huitzílhuitl; una parte escapa a los islotes del lago. A otro núcleo tenochca, el señor de Culhuacán, Cóxcox, le dio permiso (con la idea de que murieran envenenados) para vivir en Tizapán, lugar de serpientes venenosas. Los aztecas se las comen.
Los mexicas ganan prestigio luchando al lado de Cóxcox en la guerra contra Xochimilco y le piden a su hija para esposa de su jefe. Cóxcox accede. Los aztecas lo invitan a la ceremonia, a la que acude el feliz padre, sólo para ver que los agradecidos aztecas sacrifican y desuellan a su hija, con cuya piel se viste un sacerdote (este ritual de quitar la piel y vestírsela seguirá en honor de Xipe Totec)
Ante el enojo de Culhuacán, los tenochcas huyen al lago y se unen a sus hermanos ya establecidos ahí. Pasa el tiempo y convencen de nuevo a los de Culhuacán de que le otorgue un jefe para fundar una dinastía y así llega Acamapichtli.
Más tarde, en época de Itzcóatl (con quien comienza el poderío azteca) y, ante la actitud del jefe de Azcapotzalco, Maxtla al asesinar a Chimalpopoca de Texcoco y también al señor de Tlatelolco se unen con los texcocanos y los de Tlacopan y se crea la famosa Triple Alianza.
Los tenochcas resultan más listos. Primero, se reparten el botín mayor entre ellos y los de Texcoco, dejando lo menor para Tlacopan, y luego se alzan como los líderes (en su historia, los triunfos sólo se los anotan ellos; los texcocanos, sí le dan el crédito al azteca).
Es desde ésta época que Tlacaelel comienza a ser el poder tras el trono, y aconseja a Itzcóatl de que los códices anteriores a ellos sean quemados; los desaparecen y “rehacen” la historia. Es posible que por esta fechas hay nacido el mito del nopal y la serpiente.
Con Itzcóatl se inicia el avasallamiento de las tribus de Mesoamérica. Se incrementa con Moctezuma I, quien revivió la Guerra Florida (para conseguir prisioneros para el sacrificio. Sólo los de Tlaxcala proporcionaban más de cinco mil al año). Se entiende el odio tlaxcalteca.
Axayácatl es quien amplía los dominios hasta Oaxaca y Tehuantepec. Pero sufre una gran derrota contra los purépechas. En esta época entran en guerra con sus aliados de Tlatelolco.
Tenochtitlán sigue encumbrándose, los aztecas son temidos y odiados. La mayoría de tribus no comparte su gusto por la carne humana. Los mexicas se comen a los prisioneros en rituales a Huitzilopochtli (aunque hay una tesis que apunta en otro sentido. Juan Miralles, autor de "Hernán Cortés, inventor de México", ed.
Tusquets, afirma que los aztecas, también practicaban el “canibalismo gastronómico”).
Con la subida al trono de Ahuítzotl, el imperio se extiende hasta Guatemala y hasta donde hoy es Tamaulipas. Para la inauguración del Templo Mayor emprende una campaña de dos años por el norte de Oaxaca y alcanza el record en sacrificios humanos: Más de veinte mil víctimas fueron inmoladas en honor del dios de la guerra en 1487. El mismo Ahuítzotl sacaba los corazones acompañado de su aliado Nezahualpilli, quien no heredó la sensibilidad de su padre Nezahualcóyotl.
Ante esta “hazaña”, que se conoció “en los confines de Mesoamérica, todos temblaron ante la idea de que el rey azteca llegara reclutar prisioneros”. Este pavor, deformó el nombre y durante mucho tiempo en México se llamó “Ahuizote” a quien se le teme constantemente. El “Coco”.
Se entiende también por qué los señoríos zapotecas del valle de Oaxaca y de Tehuantepec, no presentan guerra a los españoles. Como las otras tribus sojuzgadas, los ven como a sus libertadores; porque muy dóciles no eran los zapotecas, como lo demostraron en el sitio de Guiengola:
“[…] de solamente las cabezas de los mexicanos, los naturales desta provincia hicieron una albarrada [muro o barda de piedra] que está en un cerro, que estará [a] dos leguas desta villa, que era antiguamente fuerza desta provincia […]” (Acuña, 1984: II: 114-115). Citado por Michel Oudijk.
El último señor que disfrutó el poder fue Moctezuma el Joven, quien todavía pudo ofrecer a su dios de la Guerra “doce mil cautivos de una provincia de Oaxaca”. Lo dicen Tezozómoc, Torquemada y Durán, según Hubert. H. Bancroft.
Finalmente este Moctezuma, rompió con lo último que le podría ser de ayuda: Texcoco. Resulta que Nezahulpilli se había casado con una hermana del rey azteca, quien resultó medio ninfómana. Hay que recordar que las leyes eran muy estrictas en este sentido, por lo que, en 1498, al caerle el señor Texcocano en la maroma a su consorte con varios mancebos, hizo uso de su derecho y la asesinó. Los tenochcas mucho se enojaron, pero no pudieron hace nada.
Fue más tarde que el rencoroso Moctezuma se vengó al dejar que el ejército texcocano cayera y fuera destruido en una emboscada y, a la muerte de
Nezahualpilli en 1516, el azteca nombró al sucesor sin tomar en cuenta al Consejo de Texcoco. El aspirante se levantó en armas y la alianza se rompió, para futuro infortunio de Moctezuma. Sólo faltaba que llegara Cortés.
Mesoamérica, como el resto del continente, estaba constituido por “naciones” o ciudades-estado más o menos como en la Grecia de Alejandro Magno, como Atenas o Esparta (aunque no era una ciudad)… o como los reinos italianos del Renacimiento: el de Nápoles, el de Venecia…
Es decir, no existía una nación como hoy la concebimos. Por eso se entiende la participación de totonacas, tlaxcaltecas o texcocanos, en contra de los aztecas. Por eso también no podemos decir: “nos robaron, violaron a nuestras mujeres…”, somos producto de españoles e indios. A menos que exista alguno que tenga más de 500 años de edad y sea de sangre pura, puede decir eso.