(La gramática y los periodistas) “El periodista no puede —no debe— escribir de
espaldas a la gramática”. Martín Vivaldi
Por Juan Manuel López Alegría
Hace unos días, a raíz de la muerte de una mujer a manos de un representante ejidal ocurrido en Ocotlán, Oaxaca, leímos en los medios “Comisariado asesino”. Este disparate de llamar “comisariado” a un representante comunal o ejidal es usado comúnmente en nuestro estado. Lo correcto es decir: Comisario.
El comisariado es un órgano o cuerpo colegiado: “tiene la representación del ejido y es responsable de ejecutar los actos aprobados por las asambleas generales; es el órgano encargado de la ejecución de los acuerdos de la asamblea, así como de la representación y gestión administrativa del ejido. Estará constituido, según indica el artículo 32 de la Ley Agraria por un presidente, un secretario y un tesorero. Además podrá contar con un número indeterminado de secretarios auxiliares (…) Para ser miembro del comisariado ejidal se requiere, según previene el artículo 38 de la ley mencionada, ser ejidatario del núcleo de población de que se trate y estar en pleno goce de sus respectivos derechos ejidales”. (Apuntes de derecho Agrario. López Angulo y otros. UNAM).
Por lo tanto, el comisario es un miembro del comisariado (como proletario es un integrante del proletariado). El comisario es quien desempeña un cargo o una función especial por encargo o delegación de una autoridad superior; un funcionario con facultades para ejecutar órdenes. Las raíces latinas de comisario significan “confiar” o “al cuidado de”.
No se necesita ahondar en fundamentos gramaticales para explicar por qué se debe decir comisario y no comisariado a un miembro de este organismo. Expresar: “El comisariado asesino”, es como señalar: ¡“El ejidatariado asesino”!
“Accesaron al Infierno”
Con el advenimiento de la internet (neologismo para Red de Comunicación Global) y los avances tecnológicos, se están creando nuevas palabras, sin embargo, en nuestro rico idioma existen otras con el mismo significado; sólo quienes las desconocen no las usan.
Se dice que el idioma inglés mantiene una “economía verbal”; que se “verbaliza” a partir de sustantivos (por ejemplo to engineer del sustantivo engineer); en cambio en nuestra pródiga lengua los verbos y sustantivos no se “aparean”.
Cierto es que se pueden crear verbos a partir de sustantivos (en Oaxaca, la obra de Leonardo da Jandra es un ejemplo), pero sólo si se usa adecuadamente para un fin particular y si la palabra no se encuentra en diccionarios significando lo mismo.
Es muy común escuchar por radio o televisión, así como leer en nuestros diarios, que “la policía no puede accesar al lugar del accidente”. Este anglicismo deriva de to access; pero en español existe el verbo “acceder”, que se usaba correctamente antes de que llegaran las computadoras a México. Por lo que se decía: “la policía no puede acceder…”, o “la policía no tiene acceso…”. Se debe decir accedió, no accesó. “Acceder” es el verbo, y “acceso” es un sustantivo de la misma familia.
De triunfar estos neologismos bestiales (porque además se deforma una palabra española) pronto estaremos leyendo: “Se muertearon diez sicarios”, ya que el verbo morir será ignorado y de los sustantivos “muerte” y “muerto” se podrá derivar “muerter” y “muertear”, o ¿no?
En este grupo también están los “resetear” (del inglés reset: reponer o reiniciar); “salvar” (de to save: salvar, ahorrar, proteger, guardar), cuando podemos decir fácilmente “reiniciar” y “guardar”. A menos que, usando esas palabra identificadas con el Imperio, nos sintamos seres superiores, como aquél personaje del istmo que, cuando le gustaba algún manjar, exclamaba gozoso: “¡Está exquiusmi!”, porque creía que excuse me (disculpe, perdone) significaba “exquisito”.
“Reporteando al exterior del edificio”
Cada cierto tiempo, digamos cada sexenio, se ponen de moda algunas palabras; quién no recuerda cuándo surge “concertasesión”, por ejemplo. En estos tiempos leemos con frecuencia que casi se instituyó el verbo “apanicar”, en gran medida porque la prensa lo usa, así sea con comillas o cursivas, lo que mantiene su vigencia.
Últimamente en la prensa se ha puesto de moda la expresión al interior de como equivalente a dentro de, sobre todo en lo relacionado con instituciones, tales como gobiernos, partidos políticos o sindicatos.
En el Diccionario Panhispánico de Dudas de la Real Academia Española se lee: “Se desaconseja emplear al interior de, en lugar de en el interior de, cuando no está presente la idea de movimiento o dirección”.
Por lo tanto, se puede escribir: “A pesar de las detenciones, persiste la corrupción en el interior de la Cotran”.
Y cuando se emplea la idea de dirección se debe escribir: “Los amigos de Ulises fueron conducidos al interior de la penitenciaría”.
De maestros coberturados, accionados y aperturados
De la maldición de Oaxaca, es decir, del mal llamado magisterio (aunque ellos en un acto de honradez involuntaria se nombran trabajadores de la educación), no podemos esperar que aporten nada a la enseñanza (como concienciación cultural, moral y conductual) con sus “plantones” (supongo que otra aportación magistral) en sus ansias locas de poder nos han traído algunos barbarismos (por algo les dicen Los hijos de Atila), como los rutilantes verbos coberturar y accionar.
Con el primero lo que quieren decir en su supina ignorancia es cubrir; y con el segundo, cuando amenazan con que 70 mil dementes “van a accionar”, no quieren decir que van poner en marcha un mecanismo moviendo una palanca gigante, ni a gesticular (que es lo que significa accionar), sino que realizarán destrozos, “bloqueos” y pintas.
También usan “aperturar”, creado a partir de apertura; neologismo innecesario que no es otra cosa que el “acto de abrir”. “Abrir” se puede usar en cuestiones metafísicas, filosóficas o sicológicas (abrir su mente, su espíritu) o físicas (se abre una puerta), no se necesita este barbarismo, aunque lo usen los profesores.
Como no leen, cada año vemos que “presentarán al gobierno su pliego petitorio”, tal parece que se quedaron en tiempos de los reyes anteriores a la Revolución francesa, donde cualquier solicitud se entregaba en un pliego (hoja rectangular doblada por la mitad).
Y esa palabra tan poco eufónica, “petitorio”, corresponde más bien al ámbito del derecho (seguramente alguno de los profesores ingresó a esa carrera y quiso darle un barniz culto a su chantaje disfrazado de demanda). Con que dijeran documento o escrito de peticiones, era suficiente.
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