Industria del engaño
Miguel Angel Vásquez Ortiz
El diccionario acepta como industrialización, la acción y efecto de transformar materias primas en bienes u objetos habitualmente útiles. Esto debe ser realizado en serie, es decir, de manera sistemática. Una vez hecha la aclaración es de destacar que el título de esta editorial, aunque deseáramos fuera una metáfora, no puede ser entendido más que literalmente. Es decir, Lo que tenemos por parque industrial no es más que una fábrica –es decir, una industria- de engaños.
La opinión puede considerarse catastrofista, pesimista, cuando menos desinformada. Pero no.
Usted juzgue: Para nadie es un secreto que a pesar de los más de 20 años transcurridos desde la declaratoria de parque industrial de Tuxtepec este es un verdadero fracaso. Y lo es no sólo porque son menos de diez las empresas instaladas en él, sino porque administraciones van y vienen anunciando su rescate, relanzamiento, promoción, etcétera, y todo sigue igual. O peor. Concebido como el lugar aglutinante de un polo de crecimiento y desarrollo que es Tuxtepec, y por lo tanto generador de empleos, el parque los únicos puestos laborales que genera son los de jornaleros que año con año se ocupan de chapear el monte y los acahuales que en él crecen. Pero para no ser tan injustos hay que reconocer que el parque también da empleo a quienes dicen administrarlo gastando viáticos en buscar inversionistas por todo el país y por supuesto en venir a recorrer sus anchas y vacías avenidas.
Pero más grave es que este parque industrial resulta un verdadero monumento a la estupidez hecha gobierno. Si no, preguntémonos ¿en qué cabeza sana cabría la idea de alojar en un mismo entorno una universidad, un basurero, un ruidoso aserradero, un centro educativo de nivel medio superior, una pestilente industria hulera y además, un centro de capacitación laboral?.
Por todo ello es que cobra importancia el reconocimiento hecho ante este medio apenas el martes pasado por el presidente de la Cámara Nacional de Comercio (Canaco), Fernando Huerta Cerecedo, en el sentido de que el comercio local depende de la derrama que generan las industrias cervecera, papelera y cañera. Fuera de eso, lo único que exportamos son mano de obra y juventud tanto al norte del país como a los Estados Unidos. Por ello, si el gobierno descalifica –a veces con razón- a las organizaciones sociales como parte de una industria del chantaje, la conducta oficial en cuanto a la generación de empleos, bien puede definirse como una industria de la simulación y del engaño.
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