Miguel Angel Vásquez
El próximo 30 de agosto, en todo el país se realizarán sendas marchas silenciosas para protestar en contra de la violencia.
Al respecto, la pregunta forzosa es si esto servirá o no de algo, o sólo será una especie de válvula de escape, una catarsis le llaman los psicólogos, ante tanta tensión social debida a los continuos asesinatos, levantones y secuestros cometidos por delincuentes comunes y policías protegidos desde las más altas esferas del poder.
En primer lugar hay que recordar que el derecho a la libre manifestación es inviolable y en consecuencia, la protesta del próximo sábado no sólo está permitida sino que incluso es necesaria para manifestar nuestra inconformidad contra la ineficacia gubernamental para abordar el problema.
En segundo lugar, habrá que analizar si la protesta tendrá algún efecto o consecuencias.
Como primer punto, considero que el resultado positivo de la marcha es que moviliza a la sociedad y pone a prueba su capacidad de asombro, indignación y de organización. Si la marcha es exitosa los mexicanos podríamos estar probando que más allá de nuestras diferencias ideológicas o socioeconómicas y de raza, hay problemas que nos son comunes y solo unidos podemos enfrentarlos.
Sin embargo, por otro lado es previsible que de parte de los distintos niveles de gobierno las respuestas ante la marcha sólo serán declarativas, discursivas y quedarán en el olvido tan pronto como un nuevo hecho mediático se aparezca.
Del lado de los delincuentes, tanto de los abiertamente transgresores de la ley como de los que están enrolados en las corporaciones policiacas, militares y gubernamentales, lo más seguro es que sólo dibujen una suave sonrisa y contemplen la procesión desde sus balcones, en las banquetas o desde la televisión.
Pero por otra parte, convendría que quienes se escandalizan, indignan y movilizan contra la violencia que frena y ahuyenta a la inversión, organizaran también algún día una marcha en contra de los delincuentes de cuello blanco, es decir, en contra de los evasores de impuestos, de quienes explotan a sus trabajadores y los tienen sin seguridad social; que protestaran en fin, en contra de esa violencia que mata de hambre y desnutrición a los pequeños en pueblos y colonias pobres, que permite que cientos de mujeres mueran cada año de parto por no haber hospitales cerca de sus pueblos ni carreteras para llegar pronto a donde sí las hay porque los gobernantes se han robado el dinero destinado para ello, en fin, convendría que un día todos los mexicanos nos uniéramos para protestar contra esa violencia que daña sobre todo a los más pobres entre los pobres, pero que no se percibe porque jamás ocupará los espacios estelares de los medios de comunicación.
Pero ya que estamos en este juego de imaginación, si todos pusiéramos algo de nuestra parte para resolver el grave problema de injusticia social que impera en el país, tal vez no tendríamos que estar haciendo marchas silenciosas.
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